Comunicación Ambiental - Sección Dossier publica la convocatoria para presentar artículos de su dossier temático número 3, centrada en el análisis crítico de la energía nuclear, en conmemoración del décimo aniversario de la catástrofe sucedida en la central Fukushima-I (Japón).
El 11 de marzo de 2011 un terremoto con magnitud 9 afectó la región noreste de Japón. A su vez, se generó un tsunami que alcanzó al menos los 14 metros de altura en la costa de la Prefectura de Fukushima, donde se hallaban emplazados dos centrales nucleares. La gran ola superó la barrera de contención de 5,6 metros que tenía la compañía administradora, TEPCO, dejando inactivo el sistema de refrigeración de la central de Fukushima n° 1, que contaba con seis reactores.
La consecuencia fue un “accidente nuclear” sólo comparable con la catástrofe de Chernobyl, sucedida en 1986. Ambos alcanzaron el nivel 7 de la escala INES, que califica un “accidente mayor” con impacto en el ambiente y seres humanos. Por tal motivo, se estableció un perímetro de evacuación obligatoria de 20 kilómetros, que luego se mostró inexacto ya que la pluma radiactiva variaba según los vientos locales. Incluso en este escenario, fueron las tareas de emergencia realizadas, que incluyeron transportar agua del mar para enfriar los reactores, las que evitaron un desastre aún mayor.
Las repercusiones a nivel mundial fueron de diverso tipo, aunque terminaron difuminándose en el tiempo. El caso de mayor impacto fue la decisión tomada por Alemania el 30 de mayo de 2011 de abandonar totalmente la energía nuclear hasta el año 2022. En nuestro país, Argentina, en septiembre de ese mismo año 2011, se anunció la “puesta en marcha” de la central Atucha II, que finalmente alcanzó su pleno funcionamiento en el 2015.
En el propio Japón, ha habido contramarchas luego de la catástrofe de Fukushima-I. En un primer momento, se ordenó el cierre temporal de las 54 centrales, para evaluar sus niveles de seguridad. En 2012 se promovió el abandono de la energía nuclear, mientras que en 2014 se actualizaba la meta para mantenerla en su mínima expresión. Ya en 2018, el gobierno volvió a avanzar a generar expectativas de cubrir hasta el 22% de la energía eléctrica hacia 2030, lo cual supondría mantener en actividad 30 reactores. Desde 2011 hasta hoy, no obstante, sólo fueron reactivados 9 reactores en 5 centrales.
Al mismo tiempo, el lobby nuclear a nivel mundial lideró medida de “control de daños”, intentando enfatizar que la industria en sí misma es segura, mientras que las fallas se deben a los países donde se generaron. En el caso de Chernobyl, en 1986, se había enfatizado que el problema fue el sistema obsoleto que por entonces operaba la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas). En el caso de Fukushima, el énfasis no podía ser puesto a priori en los sistemas de control tecnológico de Japón, considerado un país “confiable”, pero sí se enfatizaron las particularidades de su geografía, que concentra la mayor actividad sísmica del planeta.
En este punto, las auditorías realizadas a la compañía TEPCO demostraron que existían estudios previos que aconsejaban construir paredes de contención por el riesgo de llegada de tsunami de hasta 15 metros. A su vez, se denunció la complicidad entre las autoridades regulatorias y la industria nuclear, sacando a la luz relaciones de connivencia, sino de corrupción, que serían propias del funcionamiento del “lobby nuclear” frente a las masivas protestas ciudadanas.
A la fecha, se calcula que persisten más de 2 millones de metros cúbicos de agua contaminada con tritio, para la cual una propuesta del gobierno es tirarla al mar. A su vez, TEPCO estima que tardará entre 30 y 40 años en finalizar el desmantelamiento de los reactores afectados. Por todo ello, sabemos que el “accidente” iniciado hace 10 años está lejos de llegar a su fin: ya que si bien se evitó una catástrofe inmediata de mayor magnitud, la radiactividad continuó liberándose a lo largo de estos años.
El presente dossier llama a presentar trabajos que aborden no solamente el caso de Fukushima-I, sino en diferentes casos de accidentes y resistencias frente a la energía nuclear. En particular, en el caso de Argentina, contamos con el antecedente de las movilizaciones en los noventa frente al intento de instalar un basurero nuclear en la meseta Gastre (Chubut). En los últimos años, el proyecto emblema es la construcción de una nueva central nuclear en Zárate (donde está ubicada Atucha). También se ha debatido el aporte de inversiones desde China para la energía nuclear. Del mismo modo, los proyectos de minería de uranio y sus resistencias son parte también de la industria nuclear.
La crisis nuclear en el mundo: a 10 años de Fukushima-I.
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Secuencia de una de las explosiones registradas en Fukushima-I. |
El 11 de marzo de 2011 un terremoto con magnitud 9 afectó la región noreste de Japón. A su vez, se generó un tsunami que alcanzó al menos los 14 metros de altura en la costa de la Prefectura de Fukushima, donde se hallaban emplazados dos centrales nucleares. La gran ola superó la barrera de contención de 5,6 metros que tenía la compañía administradora, TEPCO, dejando inactivo el sistema de refrigeración de la central de Fukushima n° 1, que contaba con seis reactores.
La consecuencia fue un “accidente nuclear” sólo comparable con la catástrofe de Chernobyl, sucedida en 1986. Ambos alcanzaron el nivel 7 de la escala INES, que califica un “accidente mayor” con impacto en el ambiente y seres humanos. Por tal motivo, se estableció un perímetro de evacuación obligatoria de 20 kilómetros, que luego se mostró inexacto ya que la pluma radiactiva variaba según los vientos locales. Incluso en este escenario, fueron las tareas de emergencia realizadas, que incluyeron transportar agua del mar para enfriar los reactores, las que evitaron un desastre aún mayor.
Las repercusiones a nivel mundial fueron de diverso tipo, aunque terminaron difuminándose en el tiempo. El caso de mayor impacto fue la decisión tomada por Alemania el 30 de mayo de 2011 de abandonar totalmente la energía nuclear hasta el año 2022. En nuestro país, Argentina, en septiembre de ese mismo año 2011, se anunció la “puesta en marcha” de la central Atucha II, que finalmente alcanzó su pleno funcionamiento en el 2015.
En el propio Japón, ha habido contramarchas luego de la catástrofe de Fukushima-I. En un primer momento, se ordenó el cierre temporal de las 54 centrales, para evaluar sus niveles de seguridad. En 2012 se promovió el abandono de la energía nuclear, mientras que en 2014 se actualizaba la meta para mantenerla en su mínima expresión. Ya en 2018, el gobierno volvió a avanzar a generar expectativas de cubrir hasta el 22% de la energía eléctrica hacia 2030, lo cual supondría mantener en actividad 30 reactores. Desde 2011 hasta hoy, no obstante, sólo fueron reactivados 9 reactores en 5 centrales.
Al mismo tiempo, el lobby nuclear a nivel mundial lideró medida de “control de daños”, intentando enfatizar que la industria en sí misma es segura, mientras que las fallas se deben a los países donde se generaron. En el caso de Chernobyl, en 1986, se había enfatizado que el problema fue el sistema obsoleto que por entonces operaba la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas). En el caso de Fukushima, el énfasis no podía ser puesto a priori en los sistemas de control tecnológico de Japón, considerado un país “confiable”, pero sí se enfatizaron las particularidades de su geografía, que concentra la mayor actividad sísmica del planeta.
En este punto, las auditorías realizadas a la compañía TEPCO demostraron que existían estudios previos que aconsejaban construir paredes de contención por el riesgo de llegada de tsunami de hasta 15 metros. A su vez, se denunció la complicidad entre las autoridades regulatorias y la industria nuclear, sacando a la luz relaciones de connivencia, sino de corrupción, que serían propias del funcionamiento del “lobby nuclear” frente a las masivas protestas ciudadanas.
A la fecha, se calcula que persisten más de 2 millones de metros cúbicos de agua contaminada con tritio, para la cual una propuesta del gobierno es tirarla al mar. A su vez, TEPCO estima que tardará entre 30 y 40 años en finalizar el desmantelamiento de los reactores afectados. Por todo ello, sabemos que el “accidente” iniciado hace 10 años está lejos de llegar a su fin: ya que si bien se evitó una catástrofe inmediata de mayor magnitud, la radiactividad continuó liberándose a lo largo de estos años.
El presente dossier llama a presentar trabajos que aborden no solamente el caso de Fukushima-I, sino en diferentes casos de accidentes y resistencias frente a la energía nuclear. En particular, en el caso de Argentina, contamos con el antecedente de las movilizaciones en los noventa frente al intento de instalar un basurero nuclear en la meseta Gastre (Chubut). En los últimos años, el proyecto emblema es la construcción de una nueva central nuclear en Zárate (donde está ubicada Atucha). También se ha debatido el aporte de inversiones desde China para la energía nuclear. Del mismo modo, los proyectos de minería de uranio y sus resistencias son parte también de la industria nuclear.
Líneas posibles de trabajos, entre otras:
- Análisis de las causas y consecuencias del accidente en Fukushima-I.
- Debates socio-técnicos en torno a la energía nuclear y sus resistencias.
- Panorama mundial sobre planes de “apagón nuclear” en distintos países
- Foco en el caso de la industria nuclear argentina: dimensiones políticas y económicas.
- Resistencias frente a la minería de uranio y la creación de un “basurero nuclear”.
- Activismo antinuclear en Argentina: orígenes históricos y actualidad.
- Alternativas limpias a la energía nuclear para un mundo descarbonizado.
Coordinación del dossier 3:
Pablo Gavirati M. Editor de ComAmbiental.
Pablo Gavirati M. Editor de ComAmbiental.
Integrante del Grupo de Estudios del Este Asiático (IIGG - FSOC - UBA).
Cronograma:
Editado: El dossier se mantendrá abierto con una periodicidad anual desde abril de 2021. De manera posterior, se editará una versión pdf del dossier.
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